Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variamos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrébol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.
–Estirao, has matado a mi mujer...
–¡Que era una zorra!
–Que sería lo que fuese, pero tú la has matado. Has deshonrado a mi hermana...
–¡Bien deshonrada estaba cuando yo la cogí!
–¡Deshonrada estaría, pero tú la has hundido! ¿Quieres callarte ya? Me has buscado las vueltas hasta que me encontraste; yo no he querido herirte, yo no quise quebrarte el costillar...
–¡Que sanará algún día, y ese día!
–¿Ese día, qué?
–¡Te pegaré dos tiros igual que a un perro rabioso!
–¡Repara en que te tengo a mi voluntad!
–¡No sabrás tú matarme!
–¿Que no sabré matarte?
–No.
–¿Por qué lo dices? ¡Muy seguro te sientes!
–¡Porque aún no nació el hombre!
Estaba bravo el mozo.
–¿Te quieres marchar ya?
–¡Ya me iré cuando quiera!
–¡Que va a ser ahora mismo!
–¡Devuélveme a la Rosario!
–¡No quiero!
–¡Devuélvemela, que te mato!
–¡Menos matar! ¡Ya vas bien con lo que llevas!
–¿No me la quieres dar?
–¡No!
El Estirao, haciendo un esfuerzo supremo, intentó echarme a un lado.
Lo sujeté del cuello y lo hundí contra el suelo.
–¡Échate fuera!
–¡No quiero!
Forcejeamos, lo derribé, y con una rodilla en el pecho le hice la confesión:
–No te mato porque se lo prometí...
–¿A quién?
–A Lola.
–¿Entonces, me quería?
Era demasiada chulería. Pisé un poco más fuerte... La carne del pecho hacia el mismo ruido que si estuviera en el asador... Empezó a arrojar sangre por la boca. Cuando me levanté, se le fue la cabeza –sin fuerza– para un lado...
Se mata sin
pensar, bien probado lo tengo; a veces sin querer. Se odia, se odia
intensamente, ferozmente, y se abre la navaja, y con ella, descalzo, hasta la
cama donde duerme el enemigo. Es de noche, pero por la ventana entra el claror
de la luna; se ve bien. Sobre la cama está echado el muerto, el que va a ser el
muerto. Uno lo mira, lo oye respirar; no se mueve, está quieto como si nada
fuera a pasar. Como la alcoba es vieja, los muebles nos asustan con su crujir
que puede despertarlo, que a lo mejor había de precipitar las puñaladas. El
enemigo levanta un poco el embozo y se da la vuelta: sigue dormido. Su cuerpo
abulta mucho; la ropa engaña. Uno se acerca cautelosamente; lo toca con la mano
con cuidado. Está dormido, bien dormido; ni se había de enterar…
Pero no se puede matar así; es de asesinos. Y uno
piensa volver sobre sus pasos, desandar lo ya andado... No: no es posible. Todo
está muy pensado; en un instante, un corto instante y después...
Pero tampoco es posible volverse atrás. El día llegará
y en el día no podríamos aguantar su mirada, esa mirada que en nosotros se
clavará aun sin creerlo.
Habrá que huir; que huir lejos del pueblo, donde nadie
nos conozca, donde podamos empezar a odiar con odios nuevos. El odio tarda años
en incubar: uno ya no es un niño y cuando el odio crezca y nos ahogue los
pulsos, nuestra vida se irá. El corazón no albergará más hiel y ya estos
brazos, sin fuerza, caerán…
La colmena Camilo José Cela
Tiempo de silencio Martín Santos
El monólogo interior es una técnica literaria con la que se reproduce en primera persona los pensamientos de un personaje, tal como brotarían de su conciencia.
Fragmento de Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín-Santos, en el que leemos las reflexiones de un personaje que intenta superar el miedo que le provoca el hecho de estar en la cárcel acusado de homicidio.
Solo aquí, qué bien, me parece que estoy encima de todo. No me puede pasar nada. Yo soy el que paso. Vivo. Vivo. Fuera de tantas preocupaciones, fuera del dinero que tenía que ganar, fuera de la mujer con la que me tenía que casar, fuera de la clientela que tenía que conquistar, fuera de los amigos que me tenían que estimar, fuera del placer que tenía que perseguir, fuera del alcohol que tenía que beber. Si estuvieras así. Manténte ahí. Ahí tienes que estar. Tengo que estar aquí, en esta altura, viendo cómo estoy solo, pero así, en lo alto, mejor que antes, más tranquilo, mucho más tranquilo. No caigas. No tengo que caer. Estoy así bien, tranquilo, no me puede pasar nada, porque lo más que me puede para es seguir así, estando donde quiero estar, tranquilo, viendo todo, tranquilo, estoy bien, estoy bien, estoy muy bien así, no tengo nada que desear.
Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo la maté. ¿Por qué? ¿Por qué? Tú no la mataste. Estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo no la maté. Ya estaba muerta. Yo no fui. No pensar. No pensar. No pienses. No pienses en nada. Tranquilo, estoy tranquilo. No me pasa nada. Estoy tranquilo así. Me quedo así quieto. Estoy esperando. No tengo que pensar. No me pasa nada. Estoy tranquilo, el tiempo pasa y yo estoy tranquilo porque no pienso en nada. Es cuestión de aprender a no pensar en nada, de fijar la mirada en la pared, de hacer que tú quieras hacer porque tu libertad sigue existiendo también ahora. Eres un ser libre para dibujar cualquier dibujo o bien para hacer una raya cada día que vaya pasando como han hecho otros, y cada siete días una raya más larga, porque eres libre de hacer las rayas todo lo largas que quieras y nadie te lo puede impedir.