miércoles, 10 de diciembre de 2014
martes, 18 de noviembre de 2014
miércoles, 12 de noviembre de 2014
Después de la lectura...
Después de leer Doña Perfecta, os dejo aquí algunas imágenes para ver qué os parece la caracterización que se ha hecho en cine y teatro de alguno de los personajes de la obra.
jueves, 6 de noviembre de 2014
TIEMPO DE POESÍA
Alumnos de 3ºE, aprovechando que llevamos unos días hablando de figuras literarias y estrofas, vamos a detenernos en la poesía. Cada uno de vosotros ( también podéis hacerlo entre dos si el poema es largo) deberá elegir uno de los poetas que figuran a continuación y hacer la siguiente actividad:
1. Elegir un poeta de entre los siguientes:
- Antonio Machado
-Juan Ramón Jiménez
-Federico García Lorca
-Mario Benedetti
-José Hierro
-Ángel González
-Luis García Montero
-Lope de Vega
-Rafael Alberti
-Bécquer
-Pedro Salinas
-Gloria Fuertes
-César Vallejo
-Rubén Darío
-Miguel Hernández
-Claudio Rodríguez
2. Seleccionar un poema de ese autor
(no elijas uno cualquiera sino uno que te guste, que tenga significado para ti).
3. Elabora un power point en el que incluyas las siguientes diapositivas:
- Diapositiva 1: Portada con el nombre del poeta
- Diapositiva 2: Breve biografía ( selecciona los datos que te parezcan más interesantes. Debes incluir una fotografía)
- Diapositiva 3: Poema elegido
- Diapositiva 4: explica el vocabulario del poema
- Diapositiva 5 : explica el argumento y el tema del poema
- Diapositiva 6: por qué razón lo has elegido, qué te ha llamado la atención de él
- Diapositiva 7: otros (opcional)
4. Recitado en voz alta del poema
Importante: deja un comentario en esta entrada con el poeta que eliges. Debes estar atento a las elecciones de tus compañeros porque el mismo autor solo podrá ser elegido por dos alumnos como máximo.
1. Elegir un poeta de entre los siguientes:
- Antonio Machado
-Juan Ramón Jiménez
-Federico García Lorca
-Mario Benedetti
-José Hierro
-Ángel González
-Luis García Montero
-Lope de Vega
-Rafael Alberti
-Bécquer
-Pedro Salinas
-Gloria Fuertes
-César Vallejo
-Rubén Darío
-Miguel Hernández
-Claudio Rodríguez
2. Seleccionar un poema de ese autor
(no elijas uno cualquiera sino uno que te guste, que tenga significado para ti).
3. Elabora un power point en el que incluyas las siguientes diapositivas:
- Diapositiva 1: Portada con el nombre del poeta
- Diapositiva 2: Breve biografía ( selecciona los datos que te parezcan más interesantes. Debes incluir una fotografía)
- Diapositiva 3: Poema elegido
- Diapositiva 4: explica el vocabulario del poema
- Diapositiva 5 : explica el argumento y el tema del poema
- Diapositiva 6: por qué razón lo has elegido, qué te ha llamado la atención de él
- Diapositiva 7: otros (opcional)
4. Recitado en voz alta del poema
Importante: deja un comentario en esta entrada con el poeta que eliges. Debes estar atento a las elecciones de tus compañeros porque el mismo autor solo podrá ser elegido por dos alumnos como máximo.
ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ
Elegía a Ramón Sijé
Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien
tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofe y hambrienta
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte
a parte a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de mis flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Miguel Hernández
a) Métrica de las tres primeras estrofas
b) Señala :
-Anáfora
-Paralelismo
-Metáfora
-Hipérbole
-Polisíndeton
jueves, 30 de octubre de 2014
Más canciones
Por último, escuchad esta canción y decidme:
a) Tema (En una sola línea. Comienza con un sustantivo abstracto).
b) Qué figuras literarias encontráis en ella.
a) Tema (En una sola línea. Comienza con un sustantivo abstracto).
b) Qué figuras literarias encontráis en ella.
jueves, 11 de septiembre de 2014
Empezamos y esperamos...
"que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias."
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de experiencias.
No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni la cólera del airado Posidón.
Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta
si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.
Los lestrigones y los cíclopes
y el feroz Posidón no podrán encontrarte
si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,
si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo,
que sean muchos los días de verano;
que te vean arribar con gozo, alegremente,
a puertos que tú antes ignorabas.
Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,
y comprar unas bellas mercancías:
madreperlas, coral, ébano, y ámbar,
y perfumes placenteros de mil clases.
Acude a muchas ciudades del Egipto
para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:
llegar allí, he aquí tu destino.
Mas no hagas con prisas tu camino;
mejor será que dure muchos años,
y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,
rico de cuanto habrás ganado en el camino.
No has de esperar que Ítaca te enriquezca:
Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.
Sin ellas, jamás habrías partido;
mas no tiene otra cosa que ofrecerte.
Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.
Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,
sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.
martes, 3 de junio de 2014
lunes, 2 de junio de 2014
sábado, 26 de abril de 2014
Tema 12 Narrativa hispanoamericana Material complementario
El realismo mágico abunda en la novela Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez, por lo que es una obra emblemática de esta corriente del siglo XX. Estos son algunos ejemplos:
· Aparición de muertos. Tras matar a Prudencio Aguilar en un duelo, su fantasma le persigue a José Arcadio. Melquíades también vuelve de la muerte en varias ocasiones (ve la sección sobre las pestes más abajo).
· Desaparición de Remedios, la bella. Mientras Remedios le ayuda a Fernanda a doblar una sábana, Fernanda nota que está pálida y le pregunta si se siente bien. Remedios le contesta que nunca se había sentido mejor y de repente comienza a levitar con la sábana y se despide de Fernanda con la mano mientras se eleva al cielo.
· La larga vida de Úrsula y los augurios de su muerte. Muere con más de 100 años: "La última vez que la habían ayudado a sacar la cuenta de su edad, por los tiempos de la compañía bananera, le había calculado entre los ciento quince y los ciento veintidós años". Antes de fallecer, aparece una fila de luminosos discos anaranjados por el cielo, las rosas huelen a quenopodio y los garbanzos se caen al suelo en forma de estrella de mar.
· Pestes de insomnio y amnesia. Nadie en el pueblo puede conciliar el sueño por tanto tiempo que "se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir". Pero luego llega la peste de amnesia y todos comienzan a olvidarse de las cosas, por lo que José Arcadio pone pequeños letreros por toda la casa para recordar los nombres de objetos básicos como mesa, silla, pared, cama, vaca, etc. El pueblo no se cura hasta que Melquíades se resucita de la muerte ("había regresado porque no pudo soportar la soledad") y trae una bebida que cura la peste.
· Pergaminos que levitan. Mientras Aureliano está en la cocina, cuatro niños traviesos entran en su cuarto para destruir los pergaminos, pero una "fuerza angélica" los levanta del suelo y los mantiene suspendidos en el aire hasta que regresa Aureliano.
· Invasión de mariposas amarillas. Preceden las apariciones de Mauricio Babilonia y hasta llegan a invadir la casa cuando Meme se cita con Mauricio a escondidas de Úrsula.
· Lluvia de flores. Cuando muere José Arcadio Buendía caen del cielo minúsculas flores amarillas. "Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro".
· Lluvia (casi) incesante. Llueve por cuatro años, once meses y dos días.
Julio Cortázar
No oyes ladrar a los perros
(El Llano en llamas, 1953)
(El Llano en llamas, 1953)
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.
martes, 22 de abril de 2014
23 abril, Día del Libro
¡Feliz Día del Libro!
Desde Masquetizas queremos aprovechar esta fecha para recordar al recientemente fallecido Gabriel García Márquez. A raíz de su muerte los medios de comunicación han publicado muchas informaciones sobre su vida y su obra. Nosotros vamos a hacer un recorrido por alguna de ellas para conocer algo más sobre la figura de este gran escritor.
Lo primero de todo es ponerle cara
¿Lo conociáis de antes ? ¿Lo habéis conocido a raíz de su muerte? ¿Tenéis algún libro suyo en casa? ¿Recordáis algún título?
La noticia de su muerte
Por último, os dejo un poema de Mario Benedetti para despedir este Día del Libro con "Alegría".
Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo
y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría
como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría
como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría
como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría
como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas del azar
y también de la alegría
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo
y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría
como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría
como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría
como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría
como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas del azar
y también de la alegría
viernes, 28 de marzo de 2014
La libertad, Sancho... Capítulo LVIII
Ahora que ya hemos terminado nuestras Andanzas de Don Quijote y Sancho, vamos a conocer un poco más el gran libro de Don Quijote de la Mancha y a su autor, Miguel de Cervantes.
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.
viernes, 14 de marzo de 2014
Poesía s.XVII
Por último, vamos a conocer a los tres grandes poetas del XVII a través del blog de mi compañera, Beatriz Sierra.
Luis de Góngora
Quevedo
Lope de Vega
Luis de Góngora
Quevedo
Lope de Vega
Enfrentamientos literarios
El Madrid de la época
martes, 11 de marzo de 2014
jueves, 27 de febrero de 2014
AVISO LOS SIETE MAGNÍFICOS
Ante la duda que se nos ha planteado en clase sobre cuáles eran los plazos en este trimestre para entregar las reseñas, os copio lo que pone exactamente en las bases:
" las fichas tres, cuatro y cinco habrá que entregarlas durante los meses de enero,febrero y marzo".
Pues nada, ya lo tenemos claro.
miércoles, 26 de febrero de 2014
HOMENAJE A ANTONIO MACHADO
Ayer nos recordó Edi en clase que este año estamos celebrando el 75 aniversario de la muerte de nuestro gran Antonio Machado ( Sevilla, 1875- Colliure, 1939). Desde aquí, un pequeño recuerdo.
martes, 25 de febrero de 2014
SOY ESCRITOR: MICRORRELATOS
a) ¿Qué tengo que hacer? Un microrrelato
b) ¿Qué es un microrrelato?
El microrrelato es una construcción literaria narrativa distinta de la novela o el cuento. Es la denominación más usada para un conjunto de obras diversas cuya principal característica es la brevedad de su contenido. El microrrelato también es llamado microcuento. Esta narración debe ser breve, precisa y de una gran intensidad expresiva.
c) Tema: visión del mundo futuro que os tocará vivir
En sus microrrelatos los alumn@s podrán:
- Imaginar que será el mundo real en el que tendrán que vivir como adultos.
- Soñar cómo sería el mundo ideal que les gustaría vivir
- Pedir a los diferentes presidentes y/o personas poderosas que velen por un mundo más justo y sostenible.
- Quizá, Santa Claus o los Reyes Magos puedan traer un mundo mejor
- Imaginar que son adultos y están hablando a sus hij@s sobre el mundo cuando eran adolescentes y lo que pasó para llegar a la situación
- Etc
d) Número de palabras: 100 máximo sin contar el título
Además habrá que añadir un dibujo que dé significado al microrrelato o ilustre mejor su contenido.
e) Fecha de entrega: miércoles, 5 marzo
EL HOMBRE INVISIBLE
Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.
Gabriel Jiménez Emán
CRUCE
Cruzaba la calle cuando comprendió que no le importaba
llegar al otro lado.
Arturo Pérez Reverte
EL ESPEJO CHINO
Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha
de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se
reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un
poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había
pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda
para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al
pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus
campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La
madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.
Anónimo
EL POZO
Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.
Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el
tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de
aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en
el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el
mensaje.
Luis Mateo Díez
EL DRAMA DEL DESENCANTADO
...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde
el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la
intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores
furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado
nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra
el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y
había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre
por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
Gabriel García
Márquez
NO DEBERÍA HABER TELÉFONOS EN EL HOGAR DE UN MINERO
Marisa no tuvo que levantar el auricular para saber lo que
le iban a decir al otro lado del hilo telefónico: eran las cuatro menos diez de
la madrugada y Jaime estaba en el pozu... pero lo levantó. —Marisa, oye mira
que soy Serafín, ¿tas bien?, vete a buscar a la mi muyer, nun tes sola, ye que
mira... Marisa oye dime algo... Marisa colgó el teléfono sin decir nada, arropó
a Jacobo que dormía en la cuna y comenzó a llorar. Al poco, sonó el timbre.
Eran las vecinas. Ellas tampoco dijeron nada.
Aitana Castaño
MÚSICA
Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años-
estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido,
porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas,
el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
Y otra vez silencio.
Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más
pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá,
a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba lago.
La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana
mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:
-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!
Ana María Matute
Suscribirse a:
Entradas (Atom)